jueves, 5 de diciembre de 2013

Pancho pistolas

PANCHO PISTOLAS

(Teno Urbano)





Desde la década del 40’ en el siglo pasado, Teno  pudo jactarse de tener el mejor teatro nunca antes visto. A pesar que don Felipe Jacob había tenido antes otro teatro en el pueblo, el que ahora había edificado, era lo máximo para la época. Una enorme arca de madera de media cuadra en calle Ortúzar, que se repletaba en cada función.
Los mayores éxitos, como ha sucedido en la gran cantidad de pueblos agrícolas en el valle central de Chile, eran las películas mexicanas de charros y pistolones, en donde actuaban los Hermanos Aguilar, Miguel Aceves Mejías y tantos otros charros que llamaban poderosamente la atención.
Se produjo desde esa década una proliferación importante del folclore mexicano en Chile. En todas partes se cantaban rancheras y se bailaban corridos, aún en las fiestas más insignificantes.
Pero, lo que nos interesa conocer es que para un Dieciocho de la década del 60’, se vio por primera vez en Teno a un personaje folclórico que llamó la atención. Era este un tipo de mediana estatura, caucásico, de unos cuarenta años, el que vestido de charro y con grandes pistolas de fogueo, charreaba en las calles teninas y cantaba en los restauranes que tuvieran wurtlitzer.
Con sus pantalones negros, ajustados y llenos de botones desde la cadera hasta los tobillos, chaqueta oscura ajustada y con su gran sombrerote, Pancho Pistolas hacía de las suyas en Teno y estaba en su ley. A disparos de fogueo, lograba llamar la atención de medio mundo, en medio de gritos charros de ánimos. Era, al decir de algunos que lo conocieron, bastante desabrido para cantar. Pero, al verlo en directo actuando como un charro, algo que hasta esa época sólo se veía en las películas, era de lo más atractivo y novedoso.
Pancho Pistolas se quedó a vivir en Teno y logró residir un tiempo en cada restaurant, los que lograban acogerlo más por la clientela que lograba atraer, que por los corridos que intentara cantar. Se dice que era de Santiago y que su mujer lo había mandado a cambiar por su afición por la charrería, la que él llevaba en el alma y en donde, según afirmaba, había nacido charro. Que por esas cosas raras de la vida, habían equivocado sus padres su país de destino.
Con la llegada de los militares al poder en 1973, desapareció misteriosamente un día Pancho Pistolas de Teno. Se acabó la vida nocturna tenina, pues el toque de queda militar no permitió excesos de ningún tipo.
Cuentan en los restauranes más antiguos de Teno, de La Montaña y de Comalle, en donde le vieron actuar a veces, que Pancho Pistolas murió asesinado por los militares, cuando en una noche de juerga no obedeció el alto, ni se deshizo de sus pistolotes. Tres balas de fusiles se lo llevaron de este mundo de cuates, a quizás cual, noticia que nadie informó, señalan algunos.

En el polvoriento y largo camino al cementerio parroquial y a antigua hacienda La Aurora, se dice que encontraron su sombrero de charro en lo alto de un eucaliptus, manchado con sangre. Desde entonces, alegan algunos que Pancho Pistolas ronda por el camino de La Aurora en las noches, a ver si alguien puede devolverle su sombrero mexicano.



La mina de oro del cacique Teno

LA MINA DE ORO DEL CACIQUE TENO

(Ventana del Bajo)







Para nadie es un misterio que lo que más atraía a los españoles al llegar a América era la presencia del abundante oro en el nuevo continente, el que recogieron en grandes cantidades y enviaron a España en sus barcos enriqueciendo a los monarcas. El avance de los adelantados, conquistadores empecinados en su búsqueda, se debió indudablemente a la presencia y atracción de este.
Los inkas en el Perú, dispuestos a sacárselos de encima, hicieron correr el rumor de que en el sur, es decir en Chile, existía más oro que allí. Como sabemos, el adelantado Diego de Almagro organizó una expedición con este objeto, la que le dio muy malos resultados, devolviéndose con su gente al Cuzco con prontitud y resultando para él y en sus hombres de confianza en graves pérdidas económicas. Se dice, que de allí viene el dicho de “roto”, a los que volvieron de Chile en harapos.
Pero, para Pedro de Valdivia aquel no era su principal norte, aunque también lo buscaba. Le interesaba más bien la fama, el honor, la permanencia de su nombre en el tiempo en estas tierras para su gloria y reconocimiento de la Corona. Decidido a permanecer en Chile y a hacer de esta tierra su nuevo hogar, se dedicó a recorrer el país, a conocerle y evidentemente a buscar el esquivo oro, el que en alguna parte debía estar.
Antes de la llegada de los conquistadores europeos, la dinastía del cacique Teno pagaba cada año al Imperio Inka un tributo en oro, como súbditos leales por los pueblos indígenas de Teno, Comalle y Rauco, territorio que el cacique dominaba. Tras la revolución interna que afectó al Imperio Inka, poco antes de la llegada de los españoles, al parecer se dejó de pagar aquel tributo.
El gran temor de los indígenas locales, era cómo esconder de los españoles la mina de oro existente en la zona, de manera que no se apropiaran de ella, a fin de seguir utilizándola cuando se marcharan desilusionados, como eran sus erróneos razonamientos.
El gradual avance de Pedro de Valdivia y su gente hacia el sur, llegando a Teno en 1546 y ordenando el apresamiento de los indígenas, estableciendo el tambo, que se llenó de tropas guerreras a quienes había que servir, motivó al Cacique Teno ha establecer una estrategia con respecto a la mina.
Tras el asalto a Santiago y su destrucción a manos de Michimalonco, la represalia contra el cacique Cachapoal y su gente no se hizo esperar. Fue lastimosa, entregándoseles a los conquistadores como encomienda en servidumbre, lo que aterrorizó a los curis quienes veían irse para siempre su libertad que tanto amaban.
El nuevo Cacique Teno era de determinación de quemar las rucas y huir al sur, de dar todo por perdido. Pero, la mina de oro era algo que no se podía llevar consigo. Existía igualmente la posibilidad de que los invasores se desanimaran y se fueran, como había sucedido con Almagro.
Ante tal dilema, el viejo Cacique Teno, ya bastante envejecido y próximo a morir, instruyó a su hijo a que era necesario huir más allá del río Maule, hacia Tracalmó (Talca), y le instó a huir con toda la gente a través de los contrafuertes cordilleranos. Sólo deberían de quedarse los más ancianos y quienes no supieran la ubicación de la mina de oro.
Durante varias noches, mientras se aprestaban al éxodo, las mujeres y los hombres lloraron junto al río Teno, por tener que irse y dejar las tierras amadas. Se dice que tantas lágrimas de dolor hicieron que el río Teno tuviera otro brazo de aguas.
Finalmente, al amanecer tras la llegada de la luna creciente, los curis partieron tristes camino al boquete del Planchón, para seguir orillando la precordillera hasta llegar más allá de Talca y cruzar el Maule. Atrás quedaron padres envejecidos, familiares queridos, posesiones y los recuerdos de innumerables generaciones, todas descendientes de la Cultura del Hombre de las Piedras Horadadas, habitantes de más de 3.000 años de antigüedad en los faldeos de La Aurora, Cuesta El Peral, San Isidro y otros lugares.
Se dice que era tanta la furia e impotencia del nuevo Cacique Teno, que era mejor no hablarle. El viejo cacique y sus mujeres, hicieron un juramento junto a las piedras tacitas de los Cerrillos de Teno, en donde se obligaron a tener preparada cicuta líquida en una vasija, lista para beberla si los españoles los torturaban para hacerles delatar la mina.
Cuando los conquistadores llegaron e inquirieron sobre la mina de oro, nadie pudo decirles nada. El joven cacique Teno marchaba con los suyos más allá de Radal. Enfurecidos, torturaron inocentes indios que jamás supieron en qué lugar estaba. Cuando finalmente discurrieron que el envejecido cacique Teno podría decirles, lo encontraron muerto junto a todas sus mujeres en su ruca. La cicuta había cumplido su papel.

Como si fuese aquella acción triste un pacto entre la tierra y los indígenas, las tierras de los curis se llenaron de plantas de cicuta en todas partes. Era como si la naturaleza aprobara aquel proceder y proporcionaba en abundancia el elemento silenciador.
Jamás encontraron los españoles la mina de oro con la que el cacique Teno pagaba el tributo a los inkas, conquistadores por mucho, más benignos y considerados que los españoles. Aunque los europeos buscaron la mina en los Cerrillos de Teno, en Huemul, Comalle y hasta en el río Teno, nunca la hallaron.





Ciriaco Contreras, El Bandido Bueno

CIRIACO CONTRERAS, EL BANDIDO BUENO

(Viluco Alto)







El largo período del bandolerismo en Chile y especialmente en la zona central del país, dio origen a innumerables leyendas, en donde las fechorías de reconocidos maleantes y de las bandas que asolaron Teno, Curicó y otros pueblos vecinos, quedó en el recuerdo colectivo y se fue traspasando oralmente de generación en generación. Por lo general, esta comunicación  sucedía en los días de invierno, ocasión en que la familia se reunía en torno al brasero ardiente.
En tiempos en que no existía una policía organizada como la conocemos hoy, donde más bien los gobernantes de la época estructuraban alguna milicia con ese objeto puntual en la medida en que se presentara el problema, se daban las circunstancias para que el bandolerismo actuara.
Aunque muchos bandoleros dejaron su horrorosa huella en los desafortunados viajeros y habitantes que con ellos se encontraron, -se llamó a estos bandoleros, “pelacaras”, porque los más crueles desollaron el rostro de sus víctimas a fin de que no los reconocieran- hubo uno de estos maleantes que llamó la atención por su manera de conducirse, ...aunque bandolero al fin.
Cuentan los antiguos, que en los tiempos en que el Camino Real pasaba en Teno por el sector de Viluco Alto, en las inmediaciones del actual fundo “Quillaiquén” de los Vidal, en una oportunidad un maleante se vio sin querer en un dilema.
En una tarde de verano, un grupo de personas se bañaban felices en el río Teno en el preciso momento en que un grupo de cuatro jinetes provenientes de Curicó, salían de vadear el río para proseguir su viaje con destino a Teno. En cuestión de segundos, en la playa tenina se armó un griterío de mujeres desesperadas, porque uno de los niños del grupo que se bañaba en el río, daba evidentes señales de ahogarse irremediablemente en un sector en que los padres y otros adultos, no podían socorrerlo. El chico emergía y sucumbía en las aguas caudalosas ante la impotencia de los espectadores.
La madre del muchacho miró al grupo de viajeros e imploró ayuda. El líder, después de pensarlo algunos segundos, se acercó con su caballo y se adentró a las piedras al lugar, sacó su lazo de cuero que guardaba junto a su silla de montar, y sin apearse de su bestia, laceó al muchacho y suavemente lo sacó a la orilla ante la felicidad de los padres.
Los progenitores, agradecidos, preguntaron por el nombre de aquel oportuno salvador acuífero:
- “Ciriaco Contreras, para servirles, señores”-, contestó el enigmático hombre, mientras los otros vaqueros del grupo escondían sus rostros bajo el ala de sus sombreros, queriendo irse pronto de la escena.
Esa noche, cuando el grupo familiar comentó lo sucedido en el río con sus vecinos, doña Melchora, una de las pocas comadronas que existían en Teno en aquellos días, se asombró al enterarse que este era el mismo hombre que algunos meses atrás, había ayudado durante la complicación del parto de una mujer, en las cercanías de la posada de las Rubilar.
Doña Melchora, la partera, dijo que el hombre era el único que se había atrevido a ayudar cuando ninguna otra mujer se encontraba a la redonda. Hasta había participado en cortar el cordón umbilical con un cuchillo con cacha de plata que llevaba. Aunque claro, había salido pálido de la habitación.
Sin embargo, doña Melchora señaló que el hombre había solicitado por sus servicios dos monedas. Pero, que la mujer parturienta no tenía dinero con que pagar, por lo que el hombre se había enojado mucho. Sólo con ruegos y con la condición que no olvidaría su apoyo en ese momento importante, accedió el hombre a retirarse sin causar daños.
- “Por eso, es que la Domitila, le puso Ciriaca a su criatura” -, indicó.
En ese mismo instante, en las casas vecinas se escuchó el llanto de una mujer. Era la mujer de Prudencio Ormazábal, al enterarse que su marido había sido asaltado por unos bandoleros ese mismo día, quienes le habían robado el dinero de la venta de más de una docena de animales que éste había ido a vender a Chimbarongo.
- “Dice la mujer de don Prudencio... que fue la banda de Ciriaco Contreras” -, añadió uno de los que llegaban de la casa afectada, bajando la mirada.

De entonces en adelante, la tradición tenina indica que cuando un hombre tiene que ayudar en un parto, ante la ausencia de mujeres, se le deben pagar dos monedas: una por la criatura que trae al mundo y otra por sus servicios de comadrón.

De lo contrario, el ‘infortunio’ puede recaer sobre alguien de la familia.

El Tambo de Teno

EL TAMBO DE TENO

(La Aurora)





Cabalga apesadumbrado y a momentos en inquietud el importante año de 1546, el que tras el paso sur del río Cachapoal y hasta el río Maule, los indios de esta zona están en paz, entre ellos los indios curis de Teno, quienes según algunos historiadores, jamás opusieron resistencia a las tropas conquistadoras españolas. Es más, se dice que no tuvieron participación en el asalto a la recién formada ciudad de Santiago, en donde doña Inés de Suárez decapitó a siete caciques y arrojó sus cabezas entre los indígenas que asediaban como medida disuasiva.
El conquistador Pedro de Valdivia se dirige al sur ese año, territorio que lo atraería fatalmente, pues pretende con su columna llegar hasta el río Bío-Bío. Tras pasar por Chimbarongo, se detiene en Teno, lugar donde los inkas habían tenido antiguamente un tambo o posada.
Valdivia come provisiones ese día y da órdenes de restablecer el tambo en Teno, para que sus soldados encuentren un lugar de reposo y obtengan el suministro de víveres necesarios, a fin de que repongan sus fuerzas desgastadas y puedan proseguir el viaje.
De esta manera, el pueblo indígena de Teno, con su reactivado tambo para pernoctar y reponerse, se llena de viajeras tropas españolas en briosos caballos y con ello se acaba para siempre la calma de los indígenas de este pueblo.
La vida de Valdivia se envuelve poderosamente en un dinamismo constructor y guerrero que lo lleva a Perú y al sur de Chile para fundar ciudades, hasta que finalmente encuentra la muerte en la batalla de Tucapel, a manos de su propio caballerizo, un muchacho que en su adolescencia mantuvo cautivo y a su servicio en Santiago.
Lautaro por su parte, desde su época de cautiverio había estudiado los puntos débiles de los españoles y no sólo se limitó a reproducir los métodos de guerra de estos en su propio ejército, sino que también improvisó los propios, adecuando la estrategia al terreno, las circunstancias a un mejor resultado y ordenando acertadamente las mentes de los toquis.
Lautaro logró reunir un ejército de 4.000 hombres y destruir Angol y Concepción. Pero, en su marcha él se dirigía más bien al norte, porque su objetivo fundamental era Santiago.
Por acuerdo de Lima y en medio de las disputas por quién sucedería a Pedro de Valdivia, el imperio había designado a Francisco de Villagra para gobernar Chile. Este germen de anarquía y desorden lo captaron los indígenas, repasando el Maule Lautaro con su gente y adhiriendo tenazmente a todos los indios promaucaes que pudiese a su causa guerrera en su viaje  a Santiago.
Ya en 1556, había detenido su ejército a orillas del Mataquito y resistido los ataques del capitán Diego de Cano y de Pedro de Villagra. Sus espías le informaron de la llegada de Juan Godínez, para reforzar a Villagra y levantó el campamento durante la noche, retirándose con prudencia más allá del Maule.
Pero, en 1557 y ante la proximidad del invierno, el Gobernador Francisco de Villagra decide regresar a Santiago tras una expedición al sur. En el camino es informado de que las tropas de Arauco, encabezadas nuevamente por Lautaro, han sobrepasado el Maule y marchan otra vez hacia Santiago.
Villagra decide apresurar su marcha y adelantársele. Le informan, que al igual que el año anterior, acampa a orillas del río Mataquito, frente al pueblo indígena del mismo nombre, por lo que sigilosamente lo sigue, ocultándose en un bosque.
Desde allí, y recordando que existen tropas españolas en el tambo de Teno, decide enviar un “propio” o correo para solicitar la presencia del capitán Juan de Godínez. El “propio” cabalgó al galope por el Camino del Centro hasta un lugar llamado Las Palmas y desde allí por un ramal hasta El Guindo, luego hacia Comalle y finalmente hasta llegar al tambo de Teno, el que estaba ubicado en el sector de La Aurora.
En tan sólo unas horas, el capitán Juan de Godínez y Villagra se reunen en el pueblo de Mataquito, hoy Peralillo, y concentrando sus tropas deciden atacar a Lautaro. Apenas amanece, las tropas españolas observan las rucas del campamento de Lautaro, y luego de comprobar que estaba protegido por el frente y por los flancos, deciden escalar una serranía guiados por los indios picunches que les acompañan y caer sobre él con fiereza y determinación, alertados los españoles con anterioridad por indios enemigos de Lautaro, de que había estado en una gran noche de borrachera.
Lautaro, sorprendido en la oportunidad, decide vehementemente vender cara su vida y logra en algo organizar su defensa. Pero, termina por caer herido de muerte después de cinco horas de intensa batalla. Con la muerte de Lautaro los españoles creían así haber terminado con la resistencia mapuche.

Desde hace muchos años, especialmente los viajeros que transitan por el antiguo Camino Real, el antiguo Camino Longitudinal que comprende desde el puente sobre el Estero Quinta hasta las cercanías del sector La Aurora, señalan que al despuntar el alba se escucha el gemido y el lloro de una mujer indígena, seguido de una risa.
Los vecinos indican que es el lloro de una india curi, servidora de los españoles en el lugar y enamorada secretamente de Lautaro, que siente la muerte del gran cacique. Se escucha en aquel sector, porque es donde estaba el tambo de Teno, del cuál salió el capitán Juan de Godínez para auxiliar a Francisco de Villagra y acabar juntos con Lautaro en las orillas del río Mataquito.

Se dice que la risa que se escucha posteriormente, es un indicio que simboliza el reflejo entre la tristeza y la furia contra los enemigos, depositadas irremediablemente en el alma de una raza que lucharía por más de tres siglos y que causaría problemas a los conquistadores por siempre.