CIRIACO CONTRERAS, EL
BANDIDO BUENO
(Viluco Alto)
El
largo período del bandolerismo en Chile y especialmente en la zona central del
país, dio origen a innumerables leyendas, en donde las fechorías de reconocidos
maleantes y de las bandas que asolaron Teno, Curicó y otros pueblos vecinos,
quedó en el recuerdo colectivo y se fue traspasando oralmente de generación en
generación. Por lo general, esta comunicación
sucedía en los días de invierno, ocasión en que la familia se reunía en
torno al brasero ardiente.
En
tiempos en que no existía una policía organizada como la conocemos hoy, donde
más bien los gobernantes de la época estructuraban alguna milicia con ese
objeto puntual en la medida en que se presentara el problema, se daban las
circunstancias para que el bandolerismo actuara.
Aunque
muchos bandoleros dejaron su horrorosa huella en los desafortunados viajeros y
habitantes que con ellos se encontraron, -se llamó a estos bandoleros,
“pelacaras”, porque los más crueles desollaron el rostro de sus víctimas a fin
de que no los reconocieran- hubo uno de estos maleantes que llamó la atención
por su manera de conducirse, ...aunque bandolero al fin.
Cuentan
los antiguos, que en los tiempos en que el Camino Real pasaba en Teno por el
sector de Viluco Alto, en las inmediaciones del actual fundo “Quillaiquén” de
los Vidal, en una oportunidad un maleante se vio sin querer en un dilema.
En
una tarde de verano, un grupo de personas se bañaban felices en el río Teno en
el preciso momento en que un grupo de cuatro jinetes provenientes de Curicó,
salían de vadear el río para proseguir su viaje con destino a Teno. En cuestión
de segundos, en la playa tenina se armó un griterío de mujeres desesperadas,
porque uno de los niños del grupo que se bañaba en el río, daba evidentes
señales de ahogarse irremediablemente en un sector en que los padres y otros
adultos, no podían socorrerlo. El chico emergía y sucumbía en las aguas
caudalosas ante la impotencia de los espectadores.
La
madre del muchacho miró al grupo de viajeros e imploró ayuda. El líder, después
de pensarlo algunos segundos, se acercó con su caballo y se adentró a las
piedras al lugar, sacó su lazo de cuero que guardaba junto a su silla de
montar, y sin apearse de su bestia, laceó al muchacho y suavemente lo sacó a la
orilla ante la felicidad de los padres.
Los
progenitores, agradecidos, preguntaron por el nombre de aquel oportuno salvador
acuífero:
-
“Ciriaco Contreras, para servirles, señores”-, contestó el enigmático hombre,
mientras los otros vaqueros del grupo escondían sus rostros bajo el ala de sus
sombreros, queriendo irse pronto de la escena.
Esa
noche, cuando el grupo familiar comentó lo sucedido en el río con sus vecinos,
doña Melchora, una de las pocas comadronas que existían en Teno en aquellos
días, se asombró al enterarse que este era el mismo hombre que algunos meses
atrás, había ayudado durante la complicación del parto de una mujer, en las cercanías
de la posada de las Rubilar.
Doña
Melchora, la partera, dijo que el hombre era el único que se había atrevido a
ayudar cuando ninguna otra mujer se encontraba a la redonda. Hasta había
participado en cortar el cordón umbilical con un cuchillo con cacha de plata
que llevaba. Aunque claro, había salido pálido de la habitación.
Sin
embargo, doña Melchora señaló que el hombre había solicitado por sus servicios
dos monedas. Pero, que la mujer parturienta no tenía dinero con que pagar, por
lo que el hombre se había enojado mucho. Sólo con ruegos y con la condición que
no olvidaría su apoyo en ese momento importante, accedió el hombre a retirarse
sin causar daños.
-
“Por eso, es que la Domitila ,
le puso Ciriaca a su criatura” -, indicó.
En
ese mismo instante, en las casas vecinas se escuchó el llanto de una mujer. Era
la mujer de Prudencio Ormazábal, al enterarse que su marido había sido asaltado
por unos bandoleros ese mismo día, quienes le habían robado el dinero de la
venta de más de una docena de animales que éste había ido a vender a
Chimbarongo.
-
“Dice la mujer de don Prudencio... que fue la banda de Ciriaco Contreras” -,
añadió uno de los que llegaban de la casa afectada, bajando la mirada.
De
entonces en adelante, la tradición tenina indica que cuando un hombre tiene que
ayudar en un parto, ante la ausencia de mujeres, se le deben pagar dos monedas:
una por la criatura que trae al mundo y otra por sus servicios de comadrón.
De
lo contrario, el ‘infortunio’ puede recaer sobre alguien de la familia.
Asi sera...pero a mi nada me han pagado.Y la animita donde murio el ultimo bandido de TENO esta camino a la cuesta del Peral, mas alla del basurero, hoy bastante maltrecha, pero existe.
ResponderEliminarY La policia MUNICIPAl de ese entonces era mandada por el comandante PAVEZ, que vivió el callejon de la Diucas-(hoy Bellavista)-al lado del colegio.- Aquelarre,segun lo dicen los diarios de la epoca(que estan en la Biblioteca Nacional, Stgo).-